jueves, 8 de febrero de 2007

Sorrentino


Fui hecho a mano, por un señor entrado en edad, que mantuvo y mantiene el comercio a través del tiempo, de las situaciones, las crisis. Sigue siendo la fábrica de pastas del barrio, la gente sigue comprando, según ellos somos riquísimos. Nacemos de a muchos, y todos tenemos el mismo destino. Somos cuidados, hechos, como dije, por manos frágiles, que denotan el paso del tiempo, nos acomodan cuidadosamente, casi como un arte, en cajas. La gente viene y compra de a una, dos o varias, y yo viajo con mis compañeros a sus casa. En algunos casos es como una especie de ritual, en otros solo una comida. Pero la cuestión es que, mientras espero mi tan ansiado fin, propósito, o no, se calienta el agua en una enorme, o no, olla o cacerola, se hace una salsa que en la historia del tomate será narrada, y cuando está como debe estar, me tiran, a mí y a mis compañeros en el agua hirviendo. Esperan, y cuando se supone que debe ser, según quien lo haga, nos sacan, me sacan, nos cuelan, me cuelan, y nos sirven en platos, con la salsa esparcida por sobre mi, nosotros. Y yo quedo sobre el plato sobre la mesa y me pinchan y me comen.

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